En las tierras de Puebla, algo está cambiando. Donde antes había campos en pausa, hoy vuelven a escucharse motores de tractores, el zumbido de drones y el murmullo de familias sembrando esperanza. No es sólo una buena temporada, es una transformación completa del campo poblano.
Más de mil millones de pesos en inversión pública han comenzado a mover las raíces de un sistema agrícola que había sido olvidado. La estrategia no es solo productiva, sino profundamente humana: devolverle a la tierra su voz, su gente y su futuro.
“La tierra no puede seguir abandonada. Reactivarla es romper el círculo vicioso de la pobreza“, dijo el gobernador Alejandro Armenta en una rueda de prensa, donde presentó los avances de este ambicioso proyecto.

Con más de 35 mil familias beneficiadas en 211 municipios, el modelo incluye acceso gratuito a maquinaria agrícola, operadores capacitados, combustible y tecnología de vanguardia. Pero también algo más valioso: conocimiento y acompañamiento técnico. Desde el uso de drones para sembrar, hasta estrategias de control biológico para proteger cosechas, los productores están recibiendo herramientas para no sólo cultivar, sino prosperar.
La educación se alinea con este propósito. Bachilleratos tecnológicos y universidades como el CECyTE reorientan sus programas hacia la agroindustria, la ganadería y el turismo rural, abriendo nuevas rutas de arraigo para las juventudes del campo.
Testimonios como el de María Rosalba Moroni, quien volvió a sembrar sus parcelas tras dos años de pausa, y Pascual Hernández, que recuperó su terreno en Tlahuapan, son prueba de que esta apuesta va más allá del discurso. “Por fin nos voltearon a ver”, dice Rosalba, mientras acaricia los brotes nuevos de su milpa.
Además, el sello “Puebla Cinco de Mayo” comienza a posicionarse como un distintivo de calidad para los productos agroindustriales que buscan traspasar fronteras.
El campo no es una postal nostálgica. Es presente vivo, y en Puebla, está floreciendo con fuerza, tecnología y justicia.