Brian Wilson: El arquitecto del sonido que soñó con el mar y desafió el silencio

Murió Brian Wilson. Y, sin embargo, su música sigue ahí: flotando como una ola que no termina de romper.

No fue solo el genio detrás de The Beach Boys, ni únicamente el cerebro que convirtió a un grupo de chicos californianos en una sinfonía emocional de armonías imposibles y surf eterno. Brian Wilson fue una paradoja viviente: un prodigio que compuso himnos a la felicidad mientras libraba tormentas internas; un músico sordo de un oído que escuchaba el universo completo en su cabeza.

A los 82 años, la vida del hombre que escribió God Only Knows se apagó, dejando una estela de notas que siguen hablándole al alma del mundo.

No necesitó fuegos artificiales ni egos inflados. Le bastó una grabadora, una mente incansable y la certeza de que la música podía ser más que entretenimiento: podía ser refugio. Fue eso lo que hizo cuando abandonó las giras a los 22 años, no por capricho, sino por salud mental. Fue eso lo que lo llevó a encerrarse en el estudio, donde Pet Sounds nació como respuesta al vértigo de la fama y al reto creativo que le lanzaron los Beatles.

Wilson no solo desafió el sonido: lo reimaginó. Superpuso voces como si fueran pinceladas, usó instrumentos como si contaran secretos. Fue más allá del surf pop y de la ligereza del verano. En su dolor, también encontramos belleza.

Las tragedias lo acompañaron: la pérdida de su esposa Melinda en 2024, el diagnóstico de demencia, la tutela impuesta. Pero lo más impactante es que, pese a todo, Brian Wilson siempre regresaba. Con The Wondermints, con Smile, con giras que lo reencontraron con el escenario que alguna vez temió.

Su vida no fue lineal. Fue un acorde menor entre melodías mayores. Una historia de gloria y sombra. De caída libre y vuelo imprevisto.

Hoy el mundo pierde a un músico, sí. Pero también a un hombre que nos enseñó que las emociones también pueden orquestarse. Que incluso desde la fragilidad se puede construir algo sublime.

Brian Wilson no está. Pero escúchalo. Porque sigue ahí.

Entre coros eternos. Entre vibraciones buenas. Entre las olas que, alguna vez, soñó surfear.

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