No necesitó trajes caros ni palacios. Bastaba con su casita de siempre, su viejo escarabajo celeste y una convicción inquebrantable: que se puede vivir con poco y amar con todo. Hoy, a los 89 años, José “Pepe” Mujica —el expresidente más austero del mundo— se ha despedido de la vida como la vivió: con sencillez, sin alardes, pero dejando una huella inmensa en la historia de América Latina.
No fue un político tradicional. Fue guerrillero, preso durante más de una década en condiciones inhumanas, agricultor, filósofo, y sobre todo, un luchador que nunca se cansó de soñar. En lugar de amargarse, hizo de sus cicatrices un testimonio de resistencia. En lugar de acumular riquezas, cultivó flores y palabras.
“Gasté soñando, peleando, luchando”, dijo en una de sus últimas entrevistas. “Moriré feliz”. Y vaya que lo hizo: cambió la política con humanidad, habló con claridad cuando el mundo gritaba, y dejó frases que no necesitaban adornos para quedarse grabadas.
Pepe se va, pero no del todo. Se queda en la memoria de los que aún creemos que la política puede ser noble. Que la vida puede vivirse con el alma limpia. Que la rebeldía, si es por amor, vale cada batalla.
Gracias por tanto, Pepe.
Tu revolución tranquila sigue.
Fotografía: El expresidente de Uruguay, José Mujica, en agosto de 2018. / Laura Lezza.