Entre los escombros de una casona llena de historia, arte y misterio, un hallazgo silencioso ha abierto una grieta al pasado: un cuerpo sepultado en una fosa estrecha, sin nombre ni historia conocida… excepto por un reloj.
No cualquier reloj: un Casio CA 90, ícono de los años 80, con calculadora y juegos incluidos. En una época donde los gadgets definían generaciones, este reloj podría ser la única pista para identificar a una persona olvidada. Estaba allí, aún en su muñeca, como si el tiempo se hubiera detenido justo cuando lo enterraron.
El lugar: Avenida Congreso, Buenos Aires. Una casa donde alguna vez vivió Gustavo Cerati, donde se cruzaron vidas de artistas, recuerdos familiares, y antes, un geriátrico, una iglesia y hasta un establo. Capas y capas de historia superpuestas… hasta llegar a los huesos.
La fosa donde se encontró el cuerpo tenía solo 1.20m de largo. Pequeña. Apresurada. Como si quien la cavó no pudiera o no quisiera dejar más huellas. Los restos corresponden a un joven de entre 20 y 22 años, de contextura robusta. Nadie lo ha reclamado. Nadie lo ha llorado.
Ahora, la fiscalía sigue esa pista aparentemente insignificante: un reloj retro, robusto, ochentero, que marca un tiempo perdido, pero no olvidado.
“No había tiempo para cavar más profundo”, dijeron los peritos. Pero tal vez el tiempo no está bajo tierra: está en la muñeca de quien, algún día, fue alguien.
Imagen: google Maps